LA
VENTANA ALTA – RAYMOND CHANDLER
Cristóbal
Vergara Espinoza
California
es un hervidero de ratas, crímenes, sangre y estercoleros varios. Se asemeja
mucho a la ciudad descrita en Taxi Driver.
Pero eso será más adelante; en 1976 para ser precisos. Aún faltan 32 años para
que se exhiba el filme de Scorsese. Es 1942 y Raymond Chandler algo vislumbra.
Algo oscuro, impalpable, algo sin perfume y sin forma que solapadamente se
esconde en los recovecos del oropel. Es un escenario difuso, complejo, para
nada ameno, un lugar en el que hay que carecer de escrúpulos para sobrevivir.
Son necesarios los tipos duros ahí ¿Por qué? Pues porque sólo algunos de esos
tipos duros, esa pequeña parte que aún cree en la decencia, es capaz de
mantener a los otros tipos duros a raya, invirtiendo todo lo necesario en ello.
La
novela en cuestión se titula La ventana
alta (1942) y ha sido reeditada recientemente por Debolsillo. Y esto no es
menor, ya que hay una posibilidad ahí. El lector de hoy en día y de estas
tierras difícilmente puede optar a la lectura de una buena novela policial. Y
es que el género está presionado por el gusto, por la renta, por el peso de la
historia, desplazado hasta el fondo de los anaqueles de la biblioteca. Quizás
los lectores esperan algo más sencillo, o algo más rimbombante, algo manejable
que no presione las heridas de la humanidad. Como afirmó Bolaño, pareciera que
estos lectores “no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los
grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos,
ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez”.
Pero lo sabemos: hay un reverso, hay una cara oculta, hay una ciudad dentro de
la ciudad donde la ley es la de la selva. Y es necesario encarar aquella faz.
Phillip
Marlowe es el tipo duro y decente sobre quien comencé escribiendo. Cigarrillo
tras cigarrillo, cóctel tras cóctel, el detective va descubriendo las capas de
la ciudad. Es contratado por áspera y adinerada viuda Elizabeth Bright Murdock
para recuperar una singular moneda de oro, valiosa y extraña, que le ha sido sustraída.
Ese es el primer peldaño de una larga y enrevesada escalera descendente, un
deambular obsesivo por la ciudad con la verdad como única guía y un extraño
sentido de la moralidad como salvaguardia contra los embates de una sociedad
enferma. Paso a paso se revelan las ataduras de la ciudad y los verdaderos
rostros de sus habitantes. Aparecen los asesinados, las traiciones, los
chantajes, la violencia, una espiral de sangre tras la que se esconden las
culpas macilentas de un crimen silenciado durante muchos años. Raymond Chandler
lo sabía: si escondes un cadáver por mucho tiempo, tarde o temprano este
terminará por apestar el lugar.
Esta
no es la única aventura de Marlowe, sin embargo luce aquí todo el simpático
temperamento del detective. Un tipo rudo, claro está, pero cuya moral es
incorruptible. Un sujeto valiente, capaz de empaparse en los lodazales más
abyectos con tal de sacar la verdad a flote. Golpe tras golpe, broma tras
broma, éste evade la muerte personificada en sujetos cuyo única ley es la del
mejor postor (paradigmático es Eddie Prue, hampón que ha perdido un ojo, en
cuya cuenca mal cicatrizada pareciera contenerse toda la abyección, toda la
violencia).
Los espacios
van desde lujosos clubes privados hasta miserables edificios de mala muerte. Y
los caracteres oscilan en el mismo espectro. Pero hay una constante: en todos
los rincones hay un secreto que revelar y todos los personajes tienen algo que
contar. Aparecen así las nuevas historias o nuevos capítulos de una misma y
antigua historia que es preciso escribir para no olvidar: hay maldad vagando
por ahí, corrupción, hostilidad, avaricia y abyección y nada se puede hacer
para luchar contra ello. Lo bello de la ficción es que da una esperanza, una
pequeña y opaca luz al final del túnel. Si la ciudad se derrumba en silencio, si
el mal golpea la puerta, siempre habrá un sir Galahad de gabardina, aliento a
whisky y sobaquera, dispuesto a recorrer las calles para recibir y dar golpes a
cambio de unos cuantos dólares.
Chandler,
Raymond. La ventana alta (1942). Buenos Aires: Debolsillo, 2014. 288
págs.
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